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¿Por qué todo el mundo quiere ser influencer?

  • Lau Tuyaret
  • 17 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

No te va a gustar, te advierto. A vos, querido amigo, que te has propuesto darle marcha a una cuenta de Instagram con el objetivo (ahora remoto, pero quién sabe) de convertirte en un influencer en el futuro: este artículo no te va a caer bien. Pero si sos de esos que no tienen problema de que le canten las cuarenta en la cara, siempre que sea con el propósito de entender (y, sobre todo, entenderse), te digo “adelante”.

No es ninguna novedad de que Instagram es una de las redes del momento. Si sos un emprendedor incipiente, resulta de gran utilidad contar con una vidriera gratuita en donde exponer lo que hacés y promocionar tus productos. Tenés a tu disponibilidad decenas de recursos para difundir tus creaciones y trabajando duro podés llegar a crear una excelente sinergia con quienes te siguen, que te otorgue la visibilidad que estás necesitando.

Pero todos sabemos que esta herramienta no es sólo eso. Instagram es, como lo fueron en su momento los blogs u otras redes como Facebook, una plataforma que iguala el acceso a la participación. Esto significa que ya no es necesario poner un peso para hacer oír tu voz o compartir tus saberes. Ahora, claro, si querés que te escuche alguien más que tu novio o tu abuela vas a tener que trabajar duro y sin descanso para que “Don Algoritmo” no te baje el martillo, pero eso es otro tema del que se encargan muy bien las especialistas en marketing digital.

Hasta ahí viene todo perfecto. Inocente, útil y hasta altruista, podría pensarse. Pero justo acá es cuando todo empieza a ponerse turbio y el democrático Instagram se baja la máscara. Me refiero al narcicismo, al culto de la propia persona, pero no sólo como proyección idealizada (tanto estética como moral) de uno mismo, sino como vehículo para el llamado “totalitarismo discursivo”.

Si imagináramos a Instagram como un gran mar en el que navegan cientos de personas, cada una en su barco, podríamos visualizarlo a la par de millones de viñetas flotando gritando “yo sé, yo digo, yo te muestro, yo te enseño”. Como respuesta casi automática a la aparición de cada una de esas entradas se da una avalancha de aplausos, likes y comentarios positivos. Y es que en mi larga estancia en esta red he escuchado hablar mucho sobre los “haters” (“odiadores”, como me gusta decirles) pero poco los he observado en acción. En Instagram todo, o la mayor parte, es aprobación. Como mayor desaire, lo máximo que puedo hacer es retirarte un corazón.

La carrera por lograr el más alto engagement entre cada uno de esos barquitos va a ser feroz. Quienes están sumergidos en este universo saben que, tanto o más que el número de seguidores, importa el porcentaje de compromiso que tu público mantiene con tu contenido. Para lograr esto, los influencers serán capaces de cualquier cosa: el embustero te sigo y te dejo de seguir, apelación grosera a la emoción del otro, exceso de exhibición de la propia intimidad y nunca parar, JAMÁS. Porque Instagram es como una maquinita del casino, apenas dejaste de echarle una moneda te esquiva el botín.

Dejando de lado los tentadores contratos con marcas a los que los influencers -por lo general superando los 10 mil seguidores- suelen acceder, la respuesta de lo que atrae está en la aprobación o validación de los contenidos. No olvidemos que con cada like el ego se hincha y con cada comentario positivo, la “comunidad” aumenta.

A quienes se proponen unirse a esta carrera, me gustaría recordarles los conceptos de “yo” y “mi” de George Mead. Decía este sociólogo que el “yo” es la reacción del organismo a las actitudes de los otros y el “mi” es la serie de actitudes organizadas de los otros que adopta uno mismo. Expresado en criollo, nuestra identidad (nuestro “self”) no es más que el resultado de la interacción con otros, de la actitud que los demás adoptan hacia mi y de cómo las internalizamos, procesamos y actuamos en base a ellas. Somos con los otros.

Lo que olvidan algunos influencers en Instagram es que SON CON LOS OTROS. Porque por más que se presenten como autoridades o modelos a seguir, es su interacción con el público en última instancia lo que los moldea, los guía y los termina definiendo.

Quienes comprenden esto de manera más acabada serán los que construyan verdades “comunidades”. Quienes lo ignoren serán quienes terminen envejeciendo a la par de Instagram, realidad que ahora no parece tan lejana. La eterna consciencia de que estamos a una distancia de un solo toque para que nuestro público nos suelte la mano será siempre nuestra mejor aliada en este viaje. ¡Bienvenido a bordo!

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