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La alegoría del pulpo

  • Lau Tuyaret
  • 31 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

Como cada noche, leemos un cuento con mi hija. Intuyo que, más que la historia, disfruta de esa intimidad que se genera entre nosotras, sin celulares que irrumpen a cada momento, sin hermanos robadores de atención. Ella sabe muy bien que a mi también me encanta leerle y aprovecha. El protagonista de esta noche es un pulpo que, acechado por una malvada anguila, se vale de cada una de sus ocho extremidades para rescatar a sus crías. Como un flashazo que me parte el ego, pienso en la alegoría del pulpo para referirse al comunicador social. ¿Cuántas veces me encontré en una entrevista laboral presentándome a mi misma con la frase “soy como un pulpo”? Que hago mil cosas al mismo tiempo, mientras te redacto una nota y edito una foto, te modero cuatro redes sociales, armo un brifeo para tu próxima gigantografía en la avenida y, por si esto no fuera poco, te llevo al pie todas las facturas del departamento. Un pulpo, y a pura honra. Me escuché decir en varias oportunidades, cuando en el fondo soy plenamente consciente de la cruda verdad que encierra todo esto.

¿En qué momento nos convertimos en perfectos especialistas en abarcar mucho y apretar poco? Ensayo culpas: La tiene una universidad que prepara para pensar y no para hacer. La tiene la modernidad de la carrera, aun tímidamente inserta en el mercado. La tiene la gente, que desconoce la diferencia entre un comunicador social y un periodista.

En el cuento de mi nena, las crías del pulpo (amarrada cada una a uno de sus tentáculos) se enredan entre sí, armando una galleta imposible de desatar pero que, para sorpresa de la anguila, aparenta ser un monstruo gigante de mil ojos, ahuyentándola definitivamente. El pulpo se tuvo que transformar en algo que no era para sobrevivir. Como el comunicador social que a veces, sino la mayoría, se ve obligado a colocarse carteles de “especialista en” para poder permanecer en la jungla laboral, para la cual aún es un perfecto desconocido.

Quizás la principal responsabilidad se encuentre en nosotros, en no presentarnos como pulpos sino como seres humanos con dos manos y una sola cabeza que puede pensar en una idea a la vez, necesitados además de sus espacios de silencio y descanso para que nazca la creatividad que tanto se precia. Antes que la de pulpo, prefiero la alegoría del director de orquesta que, consciente de que no es capaz de tocar cada uno de esos instrumentos, puede dirigirlos para que entre todos compongan una hermosa melodía. Empieza por nosotros.

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